Miren Yeregui tiembla cada vez que ve el anuncio de una muñeca o un caballo de madera que ha comprado por catálogo. De su éxito o fracaso dependen las ventas de Juguilandia, el establecimiento que regenta en la calle Fuenterrabía de San Sebastián, propiedad de sus suegros. "Esto funciona según lo inspirados que estén los de publicidad. Ya puedes enseñar la muñeca que sea que si el anuncio de la Barbie Pegaso es el que ha pegado fuerte te quedas con todas las demás en la tienda", asegura.
Hoy Miren y las otras tres personas que trabajan en la juguetería pueden ofrecer 7.034 artículos distintos a sus clientes y explicarles las características de cada uno de ellos. Pero no están en condiciones de competir con los hipermercados del juguete ni en cantidad ni en precio. "Si tuviera que pagar un alquiler no sé si sobreviviría", confiesa. "La verdad es que sí nos han hecho daño. De hecho nosotros éramos mayoristas y hace unos años tuvimos que cerrar el almacén porque no podíamos competir. Y es que hoy hay establecimientos que venden productos incluso a un precio más barato al que compramos las tiendas. Pero bueno, no me puedo quejar. Nos defendemos".
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Juguilandia compite con marcas y catálogos que las grandes superficies no trabajan, desde Mariquita Pérez, a peluches de calidad que pueden meterse sin problemas en la lavadora o determinados juegos educativos que estimulan la memoria o la creatividad.
Pero su arma de defensa es otra. "Nuestro trabajo se basa en la atención. Muchas veces ves que vienen aquí para que les hables de las características de varios artículos similares. Te tiras dos horas con ellos y sabes que van a ir directamente a comprar a un centro comercial. Somos un filtro, ahorramos trabajo", cuenta. "Pero yo en este momento intento complacer al cliente al máximo, casi como si fuera una tienda de pueblo, porque si le atendemos bien, vuelve. Y ese es nuestro futuro".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 20 de febrero de 2006