La Kremerata Baltica es una gran orquesta de cuerdas, una orquesta muy poderosa para su tamaño -a la que esta vez se le unía un percusionista-, empastada, virtuosa, disciplinada. El problema es que debe plegarse a programas del gusto de su director y fundador, Gidon Kremer, y eso significa quedarse a medias porque la concesión a la moda se come la mitad del pastel. Así, V & V mostró las limitaciones de Gila Kancheli, un representante de esa espiritualidad hoy adjudicable en música a cualquier adagio lamentoso. Y la olla podrida titulada Sempre primavera, sucesión de fragmentos de Polevaya, Vivaldi, Beethoven, Stravinski, Desjatnikov, Milhaud, Ysaÿe y Piazzolla escogidos y aderezados por Kremer, puede tener su aquél para no dormirse al volante pero en la sala de conciertos se queda en poquita cosa. La orquesta se lució en la cita de La consagración de la primavera y Kremer en las páginas de Milhaud e Ysaÿe, donde lució detalles de esos que, aunque no quiera, le muestran como un grandísimo violinista, también desde la vieja usanza virtuosística.
Juventudes Musicales
Kremerata Baltica. Gidon Kremer, violín y director. Obras de Kancheli, Shostakóvich, Schumann y vv. aa. Auditorio Nacional. Madrid, 21 de febrero.
La parte seria del programa consistió en obras de Shostakóvich y Schumann. La orquesta, sin director, ofreció una fabulosa versión de la Sinfonía de cámara, op. 118a -arreglo de Rudolf Barshai del Cuarteto nº 10- a pesar de que el público no se enteró de que habían empezado y siguió de tertulia durante un buen rato. De Schumann se nos ofreció un arreglo para violín, cuerdas y timbales del Concierto para violonchelo y orquesta que no mejora el original aunque concentre sus ideas. Kremer tocó como él suele y, por tanto, no pudo satisfacer a todos los paladares pues si su mecánica es extraordinaria su sonido no busca la complacencia sino que parece indagar entre las notas como a la búsqueda de su veta más amarga.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 23 de febrero de 2006