Señora Hirsi Alí, reciba mi más profunda solidaridad y aplauso por su valentía y coraje. Para un ex católico como yo, es fácil ofender, dentro de las leyes, a la religión a la que no tuve más remedio que pertenecer. Aún hoy, cuando las extravagancias de los curas y obispos católicos me soliviantan, puedo sin temor hacer uso de mi libertad y sentido del humor para decir lo que se me antoje, sin temer por ello un atentado contra mi integridad personal.
Por ello resulta sangrante la tibieza y la cobardía de nuestros políticos a la hora de defender valores que han de quedar por encima de creencias alienantes, que perpetúan el poder de unos cuantos, y que no admiten el derecho a no ser y a no pensar como ellos, y, por tanto, a expresarlo. El islam, el budismo, el ateísmo y otras mil formas de creer o no creer son cuestiones que no pueden nunca penetrar en la sociedad democrática hasta el punto de impedir a los otros expresar su opinión, y menos, poner en peligro sus vidas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 23 de febrero de 2006