Leo la columna de Rosa Montero titulada "Esclavos" y, pese a los relatos de amigos y conocidos acerca de las humillaciones y vejaciones que sufren a la hora de buscar o desempeñar un trabajo, no he podido evitar sorprenderme desagradablemente. Ahora que distintos medios conmemoran con ahínco aquella transición que hizo soñar a nuestros padres, no puedo dejar de preguntarme en qué ha quedado la tan cacareada conquista de la libertad y otros derechos fundamentales cuando, en especial los más jóvenes, estamos condenados a jornadas interminables, sueldos de miseria y burbujas inmobiliarias.
Como tantas personas que nacieron en aquella transición he decidido vivir fuera de España, concretamente en un país de centroeuropa, en el que, pese a realizar una tarea para la que estoy muy sobrecualificada y por la que en España se suele ganar el salario mínimo, cumplo una jornada laboral de ocho horas que se respeta escrupulosamente y recibo un sueldo superior a los consabidos mil euros. Me encantaría volver a España, echo tremendamente de menos muchas cosas, pero ¿cómo volver a someterme voluntariamente a ese régimen esclavista del que habla Rosa Montero? ¿Acaso no somos nosotros los nuevos exiliados.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 23 de febrero de 2006