El centro histórico de Roma carece de parquímetros, porque sólo pueden acceder a él los residentes y los vehículos de transporte.
Por otro lado, encontrar una plaza de aparcamiento tiene bastante de milagroso, ya que no existen estacionamientos subterráneos (la riqueza arqueológica impide construirlos) y las calles de Roma son de dos tipos, estrechas o muy estrechas.
La pegatina -un impuesto de peaje- que da derecho a circular por el corazón de la ciudad cuesta entre 300 y 400 euros al año.
En barrios céntricos pero no históricos, como Prati, existe el canon de la Zona de Tráfico Limitado y, además, taxímetros que cuestan a un euro por hora de estacionamiento.
Al canon anual y a los parquímetros hay que sumar un fenómeno típicamente italiano, el llamado abusivo, un personaje que por su cuenta y riesgo organiza el aparcamiento en una determinada zona.
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No es obligatorio pagar al abusivo, pero sí, por razones obvias, muy aconsejable: el automóvil que intenta estacionar sin propina puede sufrir represalias.
La policía suele mostrarse pasiva porque detener al abusivo (que a veces realmente ayuda al automovilista) es como detener a quien monta bronca en la calle: resuelve el problema solamente por unas horas.
Casi todas las ciudades del sur de Italia cuentan con parquímetros (más numerosos y caros cuanto más se eleva el déficit municipal) y con abusivos. En el norte, en general, sólo hay parquímetros.
El problema de la falta de estacionamientos subterráneos en las ciudades italianas es más o menos común a todas las ciudades de arte, como Florencia, Siena, Pisa y demás. Venecia, ciudad lacustre, es caso aparte.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 5 de marzo de 2006