Las recientes competiciones entre jóvenes de distintas ciudades españolas por convocar el botellón más multitudinario se ha convertido en un ejercicio bochornoso para cuantos pertenecemos a este colectivo. El aburguesamiento de la juventud ofrece con esto su peor cara, paradigma del mimetismo descerebrado y de la ausencia de criterio que nos inunda. Hace tiempo que dejé de preguntarme cuán bajo estamos dispuestos a llegar, pero no consigo dejar de sorprenderme. Un hecho, en apariencia trivial, que logra arrebatarme, un poco más, la confianza en mi generación.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 10 de marzo de 2006