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Crítica:

Quijote yídish en el Caribe

El colombiano Marco Schwartz narra en El salmo de Kaplan la vida de una comunidad judía en las costas caribeñas y cómo un hombre anciano pretende redimirse de décadas de mediocridad al tratar de desenmascarar a un nazi.

Ya en la vejez, a Jacobo Kaplan le asaltó con fuerza desoladora la impresión de haber fracasado en su vida. Kaplan vivía de forma acomodada, tenía descendencia y en su comunidad su nombre, sin ser el de un notable, no era completamente desconocido. Éstos, sin embargo, le parecían pocos méritos con los que presentarse, más pronto que tarde, ante su Creador. Así que con semejante vigor incontenible se le metió en la mollera un proyecto que podía redimirle de décadas de mediocridad, un proyecto que podía convertirle en todo un héroe. Se trataba, ni más ni menos, que de desenmascarar a un alemán, tan anciano como él, que regentaba un chiringuito de playa, de probar que ese alemán era en realidad un jerarca nazi clandestino y de capturarle y llevarle a Israel para que allí fuera juzgado y ejecutado como Adolf Eichmann.

EL SALMO DE KAPLAN

Marco Schwartz

Belacqua. Barcelona , 2006

256 páginas. 19,23 euros

Éste es el argumento de El

salmo

de Kaplan, la novela con la que Marco Schwartz ganó la primera edición del Premio Norma de Novela y con la que ha hecho una deliciosa contribución al IV Centenario del Quijote. Sí, sin caer jamás en el pastiche, las pesquisas quiméricas de Jacobo Kaplan, que con el venal cabo Contreras se dota de su propio Sancho Panza, tienen un indudable sabor quijotesco. Y no puede rendirse mejor homenaje a la obra maestra de Cervantes que probar su actualidad y su universalidad con nuevos argumentos, escenarios y escrituras, como hace Schwartz.El salmo de Kaplan tiene, además, otros méritos. Supone una extraordinaria recreación de la vida actual de una comunidad judía en un país caribeño. Una recreación en la que palpita la ternura de la pertenencia -Schwartz nació en 1956 en el seno de una familia de judíos emigrados desde Polonia a la ciudad colombiana de Barranquilla- y en la que te arranca, una y otra vez la sonrisa ese bienhumorado espíritu autocrítico tan propio de la cultura hebraica. Notables por su ternura y su humor son tanto la descripción de las costumbres de esta comunidad de origen yídish como la narración de la angustia del viejo Kaplan ante el que supone incierto porvenir de una cultura cuatro veces milenaria en la sabrosa salsa babilónica caribeña.

Descendiente de judíos polacos, nacido y formado en Colombia y residente desde hace años en Madrid como corresponsal diplomático de un diario barcelonés, El Periódico de Catalunya, el cosmopolita Marco Schwartz añade a esta novela el mérito de un castellano límpido, directo y agradable. Podría haber sido de otro modo, puesto que, forjado como periodista en el diario de Barranquilla en el que había trabajado García Márquez, no hubiera sido de extrañar que Schwartz cayera en la tentación de remedar al maestro Gabo. Pero no es así, el barranquillero ha sabido crearse una voz propia: un realismo que no es mágico sino modesto en el mejor sentido de la palabra, un realismo basado en la acción y en los diálogos, y que opta por la honradez, la eficacia y la comprensión. Su novela es recomendable para todos los públicos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 11 de marzo de 2006

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