El azar hace bien las cosas. Anna Marly nació en Rusia llamándose Anna Betoulinski. En 1917. Mal año para la lírica. A su padre lo fusilaron enseguida y ella y su madre, griega de origen, eligieron París como nueva residencia. Ahí la joven Anna se convirtió en bailarina y cantante. Pero el siglo no era cariñoso con las chicas que le cantaban al amor, y Anna, que se había casado en 1938 con un diplomático holandés, se vio envuelta en la tormenta de otra guerra.
Tuvo que elegir bando y no dudó ni un momento aunque todo era confuso: se fue a Londres para sumarse a las menguadas tropas del general De Gaulle, ese rebelde que pretendía encarnar él solo la Francia de verdad, bien distinta de la de millones de ciudadanos sumisos que dudaban entre Pétain y el silencio.
En Londres se convirtió en cantinera. Le sirvió la sopa fría al general y, en un arranque de nostalgia, compuso una canción dedicada a los partisanos. En ruso. Pensando en los héroes de Smolesnk. La cantó una noche en una reunión de franceses y allí la escucharon Joseph Kessel, que hablaba ruso y era un gran seductor, y Maurice Druon, joven poeta de cabeza leonada que acabaría siendo secretario perpetuo de la Academia francesa. Kessel y Druon le pusieron palabras francesas a la nostalgia rusa y Le chant des partisans se convirtió en el himno de la Resistencia, en un hermosísimo himno, obsesivo y terrible, que habla de amor, muerte y sacrificio, como no podía ser de otra manera.
Son muchos los que han cantado la canción. Rockeros como Johnny Halliday, desgarrados como Noir Desir, altermundialistas como Zebda, clásicos como Yves Montand. Y también lo retomaron las grandes voces atentas a la world music antes de que se llamase así, como Joan Baez o Leonard Cohen.
Anna Marly o Betoulinski ha muerto en Palmer, Alaska, donde vivía desde hace ya algunos años. Y en ese antiguo pedazo de tierra helada que los rusos les vendieron a los estadounidenses sin saber si debajo de tanta blancura, debajo de tantos bosques, había petróleo, Anna Marly descansará eternamente. El azar hace bien las cosas.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 14 de marzo de 2006