La reciente reforma de las competencias territoriales en Alemania se ha saldado con cesiones mutuas entre el Estado central y los Lander. Esto sería inconcebible en España, donde es un dogma alabar la descentralización y las diferencias, dentro del discurso oficial de la "España plural".
Pero a tono con su jacobinismo identitario, ni la España plural ni la singular les interesa a unos nacionalismos que consideran al "Estado" como su opresor secular, y cuyo objetivo confeso es la independencia. Las competencias no se devuelven jamás porque son un instrumento de la "construcción nacional", es decir, para agrandar hasta el límite lo que nos separa e ignorar lo que nos une (desde hace veinte siglos). Y la dinámica infernal consecuente es que, por emulación, ninguna autonomía se quiere quedar atrás, no por necesitar de tales competencias, sino por temor a perder trozos de la tarta, con lo que a medio plazo es inevitable que España se compartimente y cantonalice, multiplicando policías, televisiones, agencias tributarias, tribunales, comisiones y demás.
Poco a poco las nuevas generaciones crecerán sumergidas en su construida identidad y se borrará la memoria de nuestro milenario acervo común. Sólo se puede detener esta sinrazón si perdemos el miedo a creer en España, y a ser tachados de catastrofistas o franquistas. Como hacen recientes movimientos que, como Ciutadans de Catalunya, dan la cara por un proyecto de España que quiere ser, simplemente una nación al nivel de cualquier otra europea.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 15 de marzo de 2006