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Crítica:

La fotografía como ruina

Los fotógrafos gemelos estadounidenses Mike y Doug Starn presentan en Madrid una serie de imágenes que evocan restos del pasado, el fin del momento.

La palabra clave es entropía. Y la fecha circa 1980, cuando los artistas, anticipándose a los fotógrafos, registran antes que nadie un desplazamiento de las placas más profundas del episteme, debido al cual comenzamos a pensar que la fotografía es -aparte de las tantas otras cosas- una ruina. Cada foto es vestigio de un pasado que ella misma contribuye a clausurar con sus imágenes fijas, sustrayéndolo de los procesos eternamente cambiantes de la memoria. Entropía en vez de generación y regeneración incesante. Flecha del tiempo en vez del bucle sin fin de las transformaciones vitales. Es entonces cuando los gemelos Mike & Doug Starn irrumpen en la escena artística neoyorquina con un conjunto de obras incluidas en la bienal del Whitney de 1987 en la que las impresiones en gran formato de un conjunto de imágenes fotográficas de temas entresacados de la arquitectura y la pintura clásica se mezclaban libremente con las de árboles, hojas muertas, estatuas budistas, polillas o cristales de hielo. Tanto los temas como el acabado deliberadamente old fashioned, pasado de moda, de las impresiones transmitían el mensaje contundente de sus autores de que la fotografía, al igual que las ruinas, no son más que el registro luctuoso, lapidario del paso irremediable del tiempo. As time goes by, Sam, por favor, "tócala de nuevo". Casablanca, Humphrey Bogart, Ingrid Bergman, el Rick's Café: materiales de nostalgia o melancolía.

MIKE + DOUG STARN

Galería Metta

Villanueva, 36. Madrid

Hasta el 17 de abril

El problema es que la entropía no se detiene porque la implosión con la que fatalmente amenaza el paso del tiempo puede formularse como segunda ley de la termodinámica y como cifra caliente e igualmente actuante de la obsolescencia de la moda, que hoy consagra lo que mañana arruina. Los gemelos de Nueva Jersey no parecen haberse dado cuenta, sin embargo, de que, debido a la acción inexorable de la entropía, ya ha pasado la hora de anunciar o de seguir anunciando que la fotografía es una ruina. O si no ¿de dónde acá esa insistencia en las imágenes de hojas muertas, en los enormes rostros ciegos de monjes budistas, en los inventarios de ramas y follajes dominados por un tono elegiaco, sombrío? ¿Y las copias en papel mulberry tratado para enfatizar todo lo que ese papel puede tener de precario? ¿Consagración del bosque? ¿Celebración del eterno retorno nietzscheano mediante la cita de la polilla, ese insecto capaz de devolver a la vida la madera muerta? Podría ser, pero a mí, la verdad, esas imágenes me siguen resultando fúnebres y asediadas de hecho por el luto que no quiere vestir una fotografía que ya no es más analógica sino digital. Y que aplaza sine die los efectos devastadores de la entropía jugando con ella los juegos prodigiosos del azar y la interactividad.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de marzo de 2006