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Crítica:TEATRO | 'Sangre lunar'

Todo bajo la piel

Lucía, una joven que lleva diez años en estado vegetativo, es violada y queda embarazada. Se desata un escándalo. El principal sospechoso es Manuel, uno de los enfermeros que la cuidan, pero el culpable podría ser cualquier trabajador de la clínica, o algún visitante. Todas las hipótesis están abiertas. Sangre lunar no es sólo una obra de intriga. Además de un enigma, José Sanchis Sinisterra, su autor, plantea una serie de problemas éticos.

Los padres de Lucía están pagando su hospitalización at eternum. Se agarran a la posibilidad de que un día despierte. Pero apenas van a verla. Héctor, el padre, es piloto en rutas intercontinentales. Estela, la madre, una ejecutiva, está muy ocupada en cuestiones seudomísticas. Sabina, hermana de Lucía, estudia canto en Viena. Jaime, su ex novio, que la acompañaba cuando sufrió el accidente, ya no la visita.

Sangre lunar

De José Sanchis Sinisterra. Intérpretes: Lurdes Barba, Patxi Freytez, Borja Elgea, Lina Lambert, Isabel Rodes, Antonio Valero, Mario Vedoya. Música: Albert Llanas. Luz: Albert Faura. Vestuario: María Araújo. Escenografía: Quim Roy.

Dirección: Xavier Albertí. Teatro María Guerrero. Centro Dramático Nacional. Madrid, hasta el 23 de abril.

Con semejante panorama familiar, Lucía, como otros pacientes, está a merced de sus cuidadores. Manuel, el que aparece en escena, es un tipo endurecido por la vida. Está solo, con un hermano mentalmente discapacitado a su cargo. Entretiene las guardias narrando cuentos a Lucía. O dramatizándolos. En La bella durmiente, ella es princesa, y él, el príncipe que podría despertarla dándole algo más que un beso largo.

Sanchis Sinisterra no teje un drama maniqueo. El enfermero puede ser terrible, pero no lo es menos el abandono que sufre su víctima, o el empeño de su familia: quieren mantenerla viva a toda costa, sin aceptar el compromiso que esa decisión lleva implícito. Viven acomodadamente, y no piensan sacrificarse. Lo quieren todo. El enfermero tiene el horror en casa (ese hermano que, sin salir en escena, está omnipresente), lo lleva consigo y lo transfiere.

Pistas

El autor obliga al público a atar cabos sueltos, a reconstruir una historia que corre de adelante atrás: dosifica muy bien las pistas. Su sistema narrativo está engrasado, pero resulta frío, hasta que la fábula avanza.

Xavier Albertí, el director, sigue sus acotaciones religiosamente. Comulga con la obra, y ésta sale ganando. Los efectos musicales de Albert Llanas crean un clima interior. Las videoproyecciones de Alejo Levis, borrosas, sugieren las percepciones de Lucía, sus imágenes mentales inconscientes.

La interpretación tiene buen nivel, dentro del tono distante que marca la dirección de la obra, acentuado por el uso de inalámbricos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de marzo de 2006