Últimamente en Francia los estudiantes se movilizan, con una gran madurez ideológica, contra el intento de su Gobierno de querer aplicar un nuevo contrato de trabajo superprecario para los jóvenes universitarios, que significaría el despido libre en los dos primeros años después de acabar la carrera.
Ante esta situación, lo que nos tendría que hacer reflexionar muy profundamente es que mientras en el país vecino la protesta contra el conformismo y la precariedad se hace oír en la calle, en nuestro país la contestación no es social sino banal: a través de un incívico botellón de características nihilistas.
Sin ningún género de dudas, en este país la concienciación social está bajo mínimos. Amplias capas de la clase media y baja de más de 30 años se encuentran esclavizadas, amordazadas socialmente hablando, por culpa del coste de las hipotecas y de la elevada inflación, y los menores de 30, sin ningún futuro claro, han sucumbido a los cantos de sirena de un posmodernismo muy estúpido y alienante.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 21 de marzo de 2006