Si algún día se produce el fin de ETA, ese día, aunque sólo sea ese día, habrá que agradecer algo a un grupo de personas que, minuto a minuto y desde hace muchísimos años, han emitido unos comunicados eternos a toda la sociedad declarando de manera constante y diaria un alto el fuego infinito. La invocación a la palabra, las manos blancas, la mirada limpia y la constancia más dura han sido sus armas en contra del terror. Ellos no hablan de pueblos, sino de individuos. Ellos nos regalaron a todos la no violencia, ellos repelieron con contundencia cualquier posibilidad de utilizar una agresión de respuesta. Ellos se mantuvieron firmemente agarrados al mástil que hacía defender sus derechos individuales: la justicia y la libertad. En ese trayecto, durante muchísimos años hicieron la travesía en soledad, en absoluta soledad. Poco a poco se fueron sumando a su causa toda una sociedad que puede agradecer que el rumbo marcado por las víctimas fue el rumbo que un día nos pudo llevar a una paz justa. ¿Qué es lo que más habrá perjudicado a nuestros agresores? Sin duda, la dignidad nunca perdida de la víctima, su cabeza alta y el poder llegar a convivir delante del agresor y su cómplice, que lo que más deseaban era la humillación y el desistimiento de la víctima. Gracias a todos ellos... Si algún día se produce el fin de ETA, el pulso no lo habrán ganado ellos: la persistencia machacona de unos cuantos ciudadanos que buscaron únicamente el paraguas protector del Estado de derecho consiguieron hacer desistir a los de la fuerza bruta. En ese momento, las víctimas y sus familiares les habrán agotado. No es autocomplacencia, espero ser entendido.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 24 de marzo de 2006