Si apagamos la luz, el tiempo vuelve.
La casa se serena y retorna la vida
acarreando memorias siempre vivas.
Si nos callamos, se oye afuera la débil
luz del tiempo y dentro el crepitar del fuego.
Si acercas el oído, los crujidos
agigantan la vida y oyes el universo
entero reducido a una chispa
que las manos sujetan, y el humo
dulcifica la pretensión sombría
de no ser nada en el tiempo.
Si hueles, el humo acrecienta la vastedad
del aire y las manos calientes se refugian
en la vista que persigue humaredas
y la felicidad no sabe lo que ha sido
o será, y el tiempo no hace caso.
Si miras, la ventana te conduce
hacia un gran horizonte milagroso
de calles que vuelven al origen
(la misma mirada que las hizo nacer).
La casa serenada vuelve al cielo
y de allí saca su mesa y sus enseres,
su renacido fuego y su especial calor.
Si preguntas, comprobarás que nadie
se ha ausentado, el sol reaparece,
hay uvas en la parra, una brisa se cuela,
en la hamaca se mece el tiempo favorable
y brilla entre las cosas el fulgor de septiembre.
Si vuelves a mirar, tendrá lugar la salvación
para vivir lo que entonces vivimos,
por un momento al menos.
La casa serenada nos acoge,
la mirada nos salva y se oye el corazón.
Ángel Rupérez (Burgos, 1953) es autor libros de poemas como Las hojas secas (Trieste), Conversación en junio (El Banquete) y Una razón para vivir (Tusquets). 'La casa serenada' forma parte de Meditaciones y alabanzas que próximamente publicará la editorial Calambur.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 25 de marzo de 2006