Los niños no saben de presupuestos, de publicidad, de tecnología, de mercadotecnia ni de dramaturgia. Pero advierten cuándo una película que les tiene como objetivo comercial es buena o mala. Y así lo escenifican a lo largo del metraje. O a la salida. A ellos no les vale el presumible esfuerzo creativo de los responsables, sólo se contentan con resultados. Y El guerrero sin nombre, nueva intentona española en el terreno de la animación, dirigida por David Iglesias, tiene todas las trazas de aburrirles sin remedio. Por múltiples motivos.
La técnica es muy básica; la movilidad de los personajes, mínima, y la expresividad del rostro, deficiente. El dibujo de los personajes está anticuado; los fondos carecen de detalles, y el carácter de los protagonistas resulta un tanto antipático. Todos mantienen un tono circunspecto que puede producir cierto rechazo en los críos y el sentido del humor es invisible, sobre todo porque el personaje destinado a ello (una especie de Frodo Bolsón) nunca cumple las expectativas. Las aventuras que contiene la historia se presentan de forma oscura, incluso tétrica en algún momento; en ningún caso de la forma festiva que reclamaría una historia clásica de redención que culmina con un beso de amor entre el héroe y la princesa. En la senda (equivocada) de El señor de los anillos, El guerrero sin nombre apela a la épica más básica y naufraga tanto en la parte técnica como en la artística.
EL GUERRERO SIN NOMBRE
Dirección: David Iglesias. Intérpretes (voces): Roberto Encinas, Carmen Consentido, Fernando Hernández. Género: animación. España, 2006. Duración: 90 minutos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 7 de abril de 2006