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CARTAS AL DIRECTOR

El mismo cielo

A medida que el avión va ganando altura te despides del suelo. La mayoría de los cielos son iguales, entiéndase: la luz puede ser más o menos intensa, las nubes más blancas o más grises. Pero, desde tan arriba -volamos a 14.000 metros de altura- no es posible saber si sobrevolamos pobreza o desarrollo, si ahí abajo viven seres humanos fundamentalmente libres o gentes sometidas a alguna tiranía. No podemos adivinar, así rodeados de azul y horizonte, si abajo hay mujeres trabajando la tierra con sus bebés a cuestas o si estamos sobre una autopista por la que se rueda a gran velocidad. A través de un hueco entre dos nubes gordezuelas creo reconocer una enorme extensión de plásticos formando muchísimas filas. Parecen rudimentarias tiendas de campaña muy cerca unas de otras. Alrededor no hay vegetación ninguna, sólo polvo gris y el calor de un sol implacable mitigado, momentáneamente, por estas buenas nubes que hacen barrera entre el sol y los plásticos.

¿Qué era aquello? Volamos sobre la frontera entre Sudán y Chad. Allí, bajo los plásticos de ACNUR sobreviven desde hace un año y medio 250.000 personas -niños y mujeres, en su mayoría-. No tienen ningún otro proyecto. Les falta agua y madera para encender el fuego. Cuando las mujeres salen a buscar leña son, frecuentemente, violadas. El personal humanitario está siendo atacado, lo que dificulta mucho la atención a los refugiados. Ellos son los "privilegiados" que han logrado escapar del desastre de Darfur.

A 14.000 metros de altura, todos los cielos se parecen pero no todos vivimos bajo el mismo cielo. Conviene saberlo y hay que contarlo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 7 de abril de 2006