Jueves 13 de abril, tren AVE de las 20 horas con destino Sevilla; en el coche número 5, clase turista, viaja una pareja con un perro sin otro "embalaje" que su correa. Aparte de unos ladridos durante el trayecto, un paseíto con su dueña por la plataforma, se subió al asiento rebozando patas, hocico y otras cosas por el mismo, que es de suponer, en el siguiente viaje, sería ocupado por una persona. Inconcebible e insalubre.
Otro asunto. En cualquier sala de cine se permite la entrada de seres humanos portando auténticos cubos de palomitas que, además de inundar el recinto de un desagradable olor, te obliga a escuchar el ruido que producen con su masticación durante toda la proyección, convirtiendo un momento de ocio en una crispación de nervios.
¿Por qué no se prohíbe esta actitud, si se está conculcando el derecho de los "no palomiteros" a respirar un aire inodoro y ver con sosiego la película?
Con este panorama, lo que no acabo de entender es cómo en un país tan incívico y sucio como éste el único "depredador" realmente molesto al que hay que tratar como un apestado y perseguir de forma inmisericorde es al fumador, enemigo público número uno donde los haya.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 17 de abril de 2006