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CARTAS AL DIRECTOR

En un segundo

Siempre te has sentido muy seguro de ti mismo al volante de tu coche: has adelantado a otros vehículos sin mirar con suficiente antelación por el retrovisor; has sujetado el volante con una sola mano mientras con la otra encendías un cigarrillo o has utilizado el móvil. Aquel día tenías prisa y pisaste el acelerador alcanzando los 180 kilómetros hora. El coche que tenías delante frenó, lo viste y pisaste el pedal del freno, pero no fue suficiente: el peso del coche y sus ocupantes, el estado de la carretera y la velocidad formaron una combinación fatal. En un segundo todo cambió. Los airbags surgieron del salpicadero y tu cinturón de seguridad cumplió su función; pudiste ver cómo uno de tus amigos salía propulsado por la fuerza del impacto a través del parabrisas delantero, oíste un ruido estremecedor y, de pronto, sólo sentiste oscuridad. Ese segundo duró una eternidad. Cuando recobraste el conocimiento preguntaste por aquellos que iban contigo y quisiste saber qué ocurrió con los ocupantes del otro coche: te respondieron con lágrimas en los ojos. En un segundo fuiste consciente de la inconsciencia de tus actos y deseaste haber muerto. Nunca podrás borrar aquel momento en el que tantas vidas cambiaron, en el que tantas vidas murieron. Tu irresponsabilidad se convirtió en la velocidad que no se puede controlar, en la velocidad con la que lograste traspasar, en aquel segundo, la línea que separa los caminos por los que discurren la vida y la muerte.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 18 de abril de 2006