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Editorial:

Zapatero, en Berlín

El resultado más inmediato que parece haber tenido el encuentro celebrado en Berlín el pasado jueves entre el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, y su anfitriona, la canciller Merkel, es la superación de un cierto clima enrarecido y quizás algún malentendido entre ambos. Los dos dejaron claro que las relaciones hispano-alemanas tienen una calidad y una intensidad que no pueden verse afectadas por diferencias puntuales en cuestiones aisladas, ni siquiera en alguna tan capital como la reordenación del mercado energético.

La oposición del Gobierno español a la OPA de E.ON sobre Endesa o las diferencias ideológicas entre Zapatero y Merkel no deben dificultar una política en Europa basada en profundos y masivos intereses y posiciones comunes. Éstos van desde cuestiones bilaterales, con Alemania como segundo socio comercial de España en el mundo, a la necesidad de un relanzamiento de la Constitución europea, o al menos su preparación durante la presidencia alemana en el primer semestre de 2007.

Está claro que la parálisis institucional que se generó en la Unión Europea tras el resultado negativo de los referendos sobre el tratado europeo en Francia y Holanda hace un año, no podrá ser superada hasta después de las presidenciales francesas, en mayo de 2007. También es evidente que aquel eje Berlín-París-Madrid con el que soñó Zapatero cuando llegó al poder no es ya ni una posibilidad ni una solución para los retos existentes. Berlín y Madrid tienen muchos intereses mutuos que defender y objetivos que coordinar, también en las crisis internacionales como las de Irán y Oriente Próximo. Y problemas como la inmigración desde África, de la que tanto puede hablar España, y la delincuencia organizada desde el Este de Europa, de la que tan informada está Alemania. Son dos ejemplos de cómo las relaciones hispano-alemanas son fundamentales para Europa.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de abril de 2006