¿POR QUÉ JAPÓN? No sabíamos nada de historias de geishas, pero sí algo de siete samuráis, un espadachín ciego y un tal Tetsuo que vive en Neo-Tokio: lo que se puede saber de un país tan lejano a través de su cine y el manga (cómic japonés), que no es poco. Con estas referencias y la ayuda de algunas guías llegamos al aeropuerto de Narita, en Tokio. Mi chica, yo y todo el país por delante en 12 apretados días de noviembre.
Tokio. Neones y cables, pantallas de plasma que te hablan desde los edificios, oscuros oficinistas trajeados camino del trabajo; rascacielos, bicicletas, parejas fashion, vagabundos; montones de mangas tirados en las aceras después de inundar los quioscos; karaokes. Y todo esto a distintos niveles, porque en Tokio se vive también en vertical: sushi bar, 9ª planta; lounge bar, 14ª planta, y así sucesivamente.
Después, Kioto. Templos y templos de inesperada belleza. En Gion, la fortuna de toparnos con una geisha en "el camino de la filosofía", a la que pudimos fotografiar después de pedirle permiso a ella y a su acompañante (que accedió después de asegurarle que no éramos más que turistas).
En Nara dimos de comer a los ciervos que viven en libertad entre los templos, como mensajeros de los dioses que son. Contemplamos el Buda más grande de Japón y vimos amasar la famosa pasta de té verde.
Hacia el oeste, llegamos a Miyajima, bautizado como uno de los tres lugares más bellos del "trono del crisantemo". Pequeña isla de singular belleza, teñida de rojo y cobre por el manto del otoño, habitada por monos de cara roja, y su conocido Tori (puerta del santuario) en el agua.
De ahí a Hiroshima, ciudad llena de vida, a pesar de su funesto pasado. Y de vuelta a Tokio en tren bala, viendo el Monte Fuji desde la ventana.
Amabilidad, limpieza, orden, sonrisas, seguridad, modernidad, tradición, belleza, simpatía...
¿Por qué Japón? La pregunta ahora es otra. ¿Cuándo volver?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de abril de 2006