Una de cada 10 mujeres se ha sentido acosada sexualmente en el trabajo en el último año. La encuesta realizada por el Instituto de la Mujer muestra que se trata de un fenómeno más extendido de lo que aparenta y que existe un alto nivel de tolerancia por parte de los directivos de las empresas en las que esas conductas se denuncian.
Los datos revelan que 835.000 empleadas han sido objeto de presiones, insinuaciones, propuestas y roces de tipo sexual por parte de compañeros o superiores, y que 180.000 de esas mujeres han llegado a sufrir situaciones de acoso muy graves: desde tocamientos y besos o abrazos no deseados, a propuestas de relación sexual bajo chantaje laboral, hechos que están tipificados como delitos contra la libertad sexual.
La encuesta muestra que todas las mujeres son susceptibles de sufrir acoso, pero son las más jóvenes las que se encuentran en situación más vulnerable. De hecho, entre las chicas de 16 a 24 años el porcentaje de acosadas llega al 21,2%, lo cual es especialmente grave porque incide en personas que se encuentran habitualmente en situación laboral más precaria y, por su menor edad, tienen menos mecanismos de defensa.
El acoso sexual es una herencia del machismo y, en consecuencia, no es patrimonio exclusivo de los hombres con escasa dotación cultural. Es una expresión de las relaciones de dominio sexista que todavía perduran en muchas estructuras sociales, y el hecho de que algunas empresas no reaccionen ante su denuncia revela que subsiste una amplia tolerancia, que termina actuando como caldo de cultivo.
Los casos de acoso grave suelen comenzar con pequeñas y aparentemente inofensivas insinuaciones que van a más, hasta convertirse en una agresión en toda regla. Por eso, para reducir su incidencia, es preciso romper el halo de impunidad que rodea a estos comportamientos y aplicar el principio de tolerancia cero. Es necesario que las mujeres descubran a sus acosadores en el primer intento y que los directivos de las empresas tomen en serio las denuncias. Silenciarlas contribuye a engrosar la prepotencia del acosador y alimenta el sentimiento de miedo y vergüenza en la víctima, que hace que sólo una cuarta parte de las acosadas lo comente con alguien.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 28 de abril de 2006