A ocho años de que se cumpla el centenario de la inauguración de la gigantesca y revolucionaria obra de ingeniería civil que fue el canal de Panamá, que unió dos océanos, acercó puertos, pueblos y costas, y supuso un radical cambio de la percepción comercial estratégica y cultural del hemisferio americano, el Gobierno panameño ha anunciado su ampliación, que concluirá con la duplicación de la capacidad del tráfico marítimo en 2014, un siglo después de la épica unión artificial entre el Atlántico y el Pacífico en Centroamérica. La obra se había hecho necesaria hace ya unos lustros porque el canal, de 84 kilómetros de longitud, se había quedado pequeño para la nueva generación de buques mercantes de gran calado.
Se trata de un proyecto inmensamente ambicioso que requiere una inversión de 5.250 millones de dólares, según los proyectos del Gobierno panameño y que está destinado a abrir las puertas interoceánicas a un tráfico cada vez más intenso, más fluido, más rápido y eficaz y por necesidad de mayor tamaño. Tiene razón el presidente panameño Torrijos cuando señala que, pese al gran esfuerzo nacional requerido, el proyecto ha de seguir siendo competitivo y, por supuesto, la mayor fuente de ingresos de la economía nacional. Desde 1999, cuando EE UU entregó la plena soberanía del canal a Panamá, éste es el mayor patrimonio industrial y comercial del país. Ahora, que el Pacífico ya compite y en gran parte supera al Atlántico como principal vía de comercio y comunicación global de mercancías, el canal se amplía por necesidad y para beneficio de todos. Especialmente de sus hoy orgullosos soberanos propietarios panameños.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 1 de mayo de 2006