El nuevo Gobierno de Pasqual Maragall (casi monocolor del PSC, con Iniciativa) ha nacido con nubes: la gran presencia del aparato, la aparente (si bien negada) pretensión del presidente de nombrar a su hermano, el driblaje a la sucesión... En todo caso, debe afrontar tareas clave. No es un equipo interino para asuntos pendientes menores, al menos hasta que se convoquen elecciones, pero sí es un Gobierno a plazo. Desde ese equilibrio debería actuar con decisión en la defensa del nuevo Estatuto que será sometido a referéndum en junio.
Y con exquisita prudencia en todo lo demás, pues es un Ejecutivo de minoría, y para un semestre. Ergo, debería renunciar a tramitar la veintena de leyes programadas; aunque no a algunas de las más maduras y urgentes, como la de servicios sociales (desarrollo de la ley de dependencia general) o la de la reforma de la sanidad autonómica.
Al tiempo, debe actuar sin complejos para garantizar que la presencia de Cataluña como país invitado en la Feria de Francfort sea un éxito; para que el nuevo curso escolar, con la "sexta hora" extra, funcione pese a la salida de los altos funcionarios de Esquerra a los que se había encomendado; o para que el despliegue de la ley de barrios problemáticos no se paralice.
El PSC tiene la oportunidad de intentar demostrar que puede gobernar sin los aspavientos que caracterizaron al tripartito; Esquerra, de estrenarse en una semioposición con sentido institucional; y CiU, de articular un mensaje de responsabilidad, garantizando la estabilidad prometida, y de exigencia. Una prueba para todos, y una ocasión para recuperar el prestigio perdido por la clase política catalana en los últimos tiempos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 15 de mayo de 2006