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Crítica:CIENCIAS Y LETRAS

Epopeya del idioma

Después de obtener en 2001 el Premio de la Crítica por Romanticismo, Manuel Longares publica Nuestra epopeya. La nueva novela del escritor madrileño narra la historia coral de una generación que emigró del campo durante la posguerra.

Verdaderamente, lo más explícito de esta novela se reserva para el título mismo y para las ultimísimas páginas mientras que su andadura y el grueso de sus muchas historias se trenzan sin cesar y sin aviso, con los saltos de una narración que acude a varios momentos -el presente de 1986, el pasado de 1963 y el origen en la República y la guerra-. De eso se trata, de narrar la historia de un grupo numeroso de personas desde dentro, de cerca, escuchándolos rumiar y murmurar, y contrastando las evocaciones del presente con las de lo vivido y lo contado como vivido: las rivalidades familiares que tendrán traducción política tras la guerra, la traición de un general asistido por un comunista. Así se traza el tejido apretado de vivencias y puntos de vista, de niños y adultos, de latifundistas y pobres, de coristas y conspiradores, para abrumar al lector con la simultaneidad de una colmena asfixiante y troceada en mil pedazos, donde nada está completamente contado aunque pueda recomponerse con atención a los múltiples diálogos y una lectura que ha de ser muy exigente, muy minuciosa y atenta. De su eje sin embargo no escapará ningún lector dispuesto a atar tanto las piezas menudas como las muy menudas de cada fragmento o cada episodio: ese eje es el de la evolución personal y familiar de quienes vivieron la República y la guerra en zonas rurales y acabaron emigrando antes o después a la ciudad, Valladolid o Madrid, para volver o no volver pero en todo caso haber vivido la adaptación a una vida que cambió, y cambió mucho.

NUESTRA EPOPEYA

Manuel Longares

Alfaguara. Madrid, 2006 424 páginas. 20 euros

Puede haber sido muchas veces contado, todo eso, pero no había sido contado así por una razón principal que es la que dota de densidad lingüística y estilística a esta novela: la extraordinaria riqueza del lenguaje empleado, al principio arcaico y en desuso, muy castellano y herrumbroso, y después fijado en los modismos y usos más modernos, de los años sesenta y urbanos, quizá la "vertiente cabalística del fenómeno expresivo": "-Son ciento y la madre -y el primero apiñó los dedos. -Nos copa la tropa. -Tururú. Pero su importancia numérica no arrugó los ánimos ni influyó en la estrategia inmediata. -Al cobarde, el culo le arde. -El astado está avisado. -Mu. Acordada la comparecencia en manifestación, especularon entre consignas y símbolos. -El pueblo unido jamás será vencido -y el primero cerró el puño con cautela a la altura del bolsillo del pantalón". El tratamiento de la lengua oral y el uso de los referentes populares escritos son el verdadero soporte literario del libro, mucho más que una trama de venganzas aplazadas, que también hay. La zarzuela, la canción y el teatro popular, la novelería barata y la pura oralidad son materiales usados por novelistas como Marsé o Rabinad, aunque haya aquí rastros de Clarín, de Cela o de Valle-Inclán, pero es quizá el uso específico y rico de estos registros lo que da la originalidad mayor a una novela fundada casi por entero en esa textura: la explotación literaria y culta de los lenguajes populares.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 27 de mayo de 2006

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