Recientemente asistí a la primera comunión de un sobrino y lo que vi me mereció ciertas preguntas y reflexiones: una de las niñas (de tan sólo ocho años) llegó a la puerta de la iglesia en una enorme limusina blanca, de la que se bajó saludando como una "auténtica profesional". Que yo recuerde, la primera comunión simboliza la primera vez que se recibe a Cristo, y no recuerdo que en los evangelios diga que el mensaje de Jesús se basa en una vida de ostentación, lujo, derroche y superficialidad (ni siquiera en los evangelios de Judas). Después, ya en el "banquete-boda" de mi sobrino, éste no llegó a acabar de abrir la montaña de regalos que le hicimos los cerca de 200 invitados porque "ya se había cansado". Quedaron abandonados en una mesa del salón gran número de emepetreses, games-boys, teléfonos móviles y demás zarandajas electrónicas sin siquiera abrir. Es frecuente que oigamos en los medios comentarios como que ciertos contenidos cívicos "deberían ser enseñados en las escuelas". ¿Pero alguien duda de que es en las escuelas donde nuestros chicos y chicas aprenden lo poco que saben de valor? ¿Están las familias interfiriendo y obstaculizando el desarrollo y aprendizaje de ciertas actitudes mínimas para la convivencia? ¿Qué podemos esperar de una generación que se está criando en la rechonchez, el capricho, la ostentación, la superficialidad y la falta de esfuerzo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 28 de mayo de 2006