Los que se han prodigado en críticas a los medios por haberse ocupado "en demasía" de la agonía y desde ayer de la muerte de Rocío Jurado deberían (deberíamos) tentarse la ropa antes de emitir juicios precipitados. Rocío Jurado es uno de los grandes nombres de la canción española; aparte de los datos de la biografía de su entorno, aireados sin pudor alguno por sedicentes periodistas sobre todo en determinados medios de comunicación, Rocío Jurado siempre tuvo una apariencia pública de gran decoro, y ha llevado con dignidad tanto el anuncio de su grave enfermedad como la larga y dolorosa lucha contra la misma. Sus cualidades artísticas y esa actitud suya han concitado en los tiempos más recientes un gran afecto popular por su persona, y han desembocado en un interés grande por todo lo que tuviera que ver con su figura. El problema es, siempre, de tono; los límites de la libertad de información los marca el sentido común y el buen gusto mucho mejor que cualquier código, y es evidente que se pueden señalar los desafueros que se cometen con ésta y con otras figuras públicas. Es cierto también que muchos de los que pueblan lo que genéricamente se llama prensa del corazón utilizan esos altavoces para airear lo que tendrían que guardar como privado; esa disponibilidad no debería ser suficiente para romper los límites a los que se debe someter cualquier medio. En países de nuestro entorno sería difícil concebir una exposición tan obscena de la vida íntima de las personas, y aquí todos los intentos para acotar -o autorregular- los desafueros han sido limitados por la falta de interés en hacer mejor el periodismo. Cualquier tipo de periodismo, también el que se preocupa de los personajes más populares.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 2 de junio de 2006