Leí con estupor la carta que escribió el embajador Robles Piquer en EL PAÍS sobre la participación de Javier Tussell en la vuelta del Guernica a España.
Como hija y hermana de diplomáticos estoy segura de que la Carrera Diplomática no necesita, a estas alturas, atribuirse méritos que fueron de alguien que, por desgracia, hoy no puede contestar a esa carta, manifiestamente equivocada. Quizá la memoria le haya jugado a este antiguo embajador una mala pasada.
Cualquiera que colaborase con nuestro querido y prematuramente desaparecido Javier Tusell sabe de sus desvelos continuos por ese asunto, que fue uno de los grandes éxitos de su gestión como director general de Bellas Artes.
Tanto es así, que el también desaparecido Íñigo Cavero, ministro y jefe de Javier en aquella época, solía decir en broma, con su buen humor inolvidable, que quizá era el propio director general el que había pintado ese cuadro.
Los que estuvimos cerca de Tusell en las infinitas gestiones que se hicieron entonces (y quiero mencionar especialmente a Joaquín Tena secretario general técnico del Ministerio de Cultura en aquel tiempo y a Álvaro Martínez Novillo, entonces subdirector general de Artes Plásticas), sabemos que la Comisión a la que el embajador Robles Piquer hace alusión delegó desde el principio en Tusell toda las gestiones que finalmente condujeron a la vuelta de esa obra de arte universal a nuestro país. No hay más que buscar en los archivos, en las hemerotecas y en el propio libro de Fernández Quintanilla que cita el embajador.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 4 de junio de 2006