Dicen que Rajoy está secuestrado. Creo que los que están secuestrados son la mayoría de los votantes conservadores. Se les nota. El conservador medio, en España, tiene sus defectos y cualidades. La principal tara es la de no despegarse de una puñetera vez del chantaje sentimental del franquismo. ¿Por qué entre los héroes de un conservador de hoy no pueden figurar los antifascistas españoles que liberaron París del nazismo? Entre las cualidades, la de ser peleón, en el buen sentido de la palabra. El conservador español medio no se achanta en la oposición. Mis amigos y conocidos de derechas no sólo no rehúyen el debate, sino que lo buscan afanosamente. Son grandes fajadores. La izquierda, en general, es lánguida, propensa a la melancolía, y hay quien está dispuesto a pasar por casi todo, menos por el trago amargo del optimismo.
Pero lo que está cambiando ahora es el ciudadano conservador, esa gente normal que está cómoda en la convivencia democrática, que ha visto cómo las autonomías han mejorado la vida en España y que desea que el caso vasco deje de ser un maldito thriller. Esa gente tiene la intuición de que le están secuestrando la voz y el voto para otros fines, y por eso se va refugiando en el silencio. El gran conservador Edmund Burke escribió que la primera regla de un dirigente democrático es no confundir el partido político con la facción. El partido trata de defender los intereses generales: "Ningún grupo puede actuar con eficacia si falta el concierto". La facción sólo busca su propio interés. De forma oblicua, una facción de extrema derecha está usurpando en España el espacio conservador.
Tengo un familiar con una huerta de magníficos cerezos, cerca del río Barcés. Soy un loco por las cerezas y allí están las mejores. ¿Cómo se sabe eso? Por los mirlos. En este tiempo, todos los mirlos de la comarca viajan hacia allí. Hasta hace poco, para probar las cerezas tenía que pagar un peaje. El de discutir acaloradamente, al pie del árbol, quizás para asustar a los mirlos. Ahora el familiar conservador te ofrece cerezas en silencio. Y mientras medimos el tiempo, hueso a hueso, tengo la sensación de que al fin pertenecemos a un mismo partido. El de los comedores de cerezas. Eso sí que es un partido y no una facción.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 10 de junio de 2006