Al escritor Diego Medrano (Oviedo, 1978), la ortodoxia le provoca alergia. Cada obra suya -sea una antología poética o una entrega de diarios- supone un experimento. Tras causar revuelo con su primera novela, El clítoris de Camille (Seix Barral), el heterodoxo autor regresa con un volumen de 300 relatos breves titulado Los sueños diurnos (Cahoba). "Este libro está lleno de putas, yonquis, personajes que viven al límite y gente depauperada. Tiene una gran densidad y carece de horizonte. Me propuse hacer un recorrido por los extravíos", explicó ayer el escritor en la presentación del libro, sin atender a los cánones de lo políticamente correcto. Acompañaban a Medrano dos padrinos de lujo, Pere Gimferrer y Javier Tomeo, que resaltaron su originalidad narrativa. "Medrano tiene ya una voz propia, algo que no consiguen todos los escritores", apuntó Gimferrer.
En estos cuentos se percibe la voracidad lectora del poeta. "El libro está lleno de citas. Algunos me tildarán de pedante. He combinado la alta cultura con el fracaso, con las clases sociales menos favorecidas. Es posible que dos parias discutan sobre Mallarmé", apuntó el autor, y añadió: "Esta obra es una amplia biografía del fracaso. Todo su aparente culto al excremento es pura ficción. No he pretendido provocar, sino construir una lógica del fracaso".
No obstante, Los sueños diurnos -que lleva el descriptivo subtítulo de Manual para amantes, pobres y asesinos- es también una reflexión sobre el oficio de escribir. "Aparecen dos temas recurrentes: el escritor retratado como un espía que se apropia de la vida de los demás y las relaciones entre la enfermedad y la literatura. Por último, el libro es también una ontología, entendida como un proceso de conocimiento, de la soledad".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 14 de junio de 2006