Un mes más la inflación se convierte en una severa enmienda a los logros de la economía española. El Índice de Precios Armonizado correspondiente a mayo se ha situado en el 4,1% interanual, la tasa más alta de las economías que comparten moneda en la UE. No será fácil que al término del año se reduzca de forma significativa; mucho menos que converja hacia los objetivos del Gobierno. Mes tras mes, desde hace demasiados años, ese desequilibrio va erosionando la capacidad adquisitiva de las rentas, particularmente de las que tienen menor capacidad de adaptación y de negociación, al tiempo que reduce seriamente la capacidad competitiva. La dificultad para estrechar la diferencia frente a nuestros a socios monetarios y comerciales limita las posibilidades de reconducir el déficit exterior, con las consiguientes perdidas de crecimiento y de bienestar.
Es cierto que la denominada inflación subyacente -excluidos los precios de los bienes energéticos y de los servicios-, no crece al mismo ritmo, pero el 3,0% tampoco invita a un excesivo optimismo. Esa diferencia de mas de un punto es reflejo de la excesiva incidencia del precio de la energía, derivado del persistente ascenso del crudo. Es de temer que temer que en algún momento el resto de los bienes acaben recogiendo las tensiones en los precios del crudo, y acabe llegando a los salarios, que hasta el momento han hecho prueba de un crecimiento moderado.
No es un problema fácil de resolver para ningún Gobierno, especialmente cuando no controla los precios de una materia prima como el petróleo. Pero cuando menos para controlar la inflación debería acelerar las reformas destinadas a la mejora del funcionamiento de los mercados y de los sistemas de distribución de bienes y servicios.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 14 de junio de 2006