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Crítica:

Rastros de los restos

Anne Collier (Los Ángeles, 1970) encontró en una tienda de baratijas una caja con casetes clasificados por sentimientos como furia, miedo, duda o apatía. En la muestra que presenta en Madrid, Side 1, Collier se apropia de este material encontrado para su trabajo.

A la aséptica apropiación de los iconos de masas, practicada por el pop, los revitalizadores actuales de esta tendencia estética, más que propiamente estilo o movimiento, introducen solapadamente gotas de intimidad psíquica al hilo de la propia autobiografía. Tal es el caso de Anne Collier, ocasional fotógrafa que nos visita al amparo de la primavera fotográfica madrileña, que usa muy sofisticadamente este medio por su inmediatez y, sobre todo, su "transparencia".

Como muchos otros artistas actuales, le interesa reflejar el ronroneo social subrepticio de las imágenes de los propios artistas, cada vez más mitificados, o la capacidad sintética de un fotograma publicitario de un filme, Los ojos de Laura Mars, donde vemos a la actriz Faye Dunaway, con toda su carga de erotismo, disparando una foto, pero simultáneamente en blanco y negro y color. Junto a estas imágenes, también nos encontramos con las deterioradas cintas de autoayuda, fiel reflejo de la patética soledad emocional del mundo contemporáneo.

ANNE COLLIER

Galería Vaío 9

General Castaños, 5. Madrid

Hasta el 28 de junio

Todo ello lo plantea Collier en ese filo de la navaja de lo objetivo y lo subjetivo, que es la apuesta por inquirir lo invisible dentro de lo visible. Ciertamente, sin un extremado control de las imágenes, el asunto tomaría un rumbo demasiado retórico y patético. Hay que reconocer que logra esa sensación de desazonante "ausencia", de silencio elocuente, de rastros que son restos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 17 de junio de 2006