En los años sesenta y setenta, el continente africano fue casi una obsesión del joven régimen comunista chino que veía en los recien fundados Estados postcoloniales un lógico campo de expansión militar, económico e ideológico. Aquella aventura se saldó con un gran fiasco para Mao Tse Tung, una de las primeros grandes decepciones para los líderes del África poscolonial y prácticamente nada para una población china que se sumía entonces en las trágicas consecuencias de la Revolución Cultural.
Casi medio siglo más tarde, China vuelve a África de forma muy diferente. Pero con una confianza en sí misma que recuerda el mito de la invencibilidad maoista. Desde que, en enero, China publicó su Libro Blanco sobre África para definir intereses y estrategias propias en el continente, Pekín se ha volcado a la conquista de materias primas y mercados. Tras el ministro de exteriores, Li Zhaoxing, fue el peresidente Hu Jintao quien viajó a África como poco antes lo había hecho a Iberoamérica, allí con grandes resultados comerciales. Ahora el primer ministro Wen Jiaobao ha visitado siete países en los que China es socio privilegiado. Angola ha superado ya a Arabia Saudí como suministrador de petróleo al insaciable mercado chino y el comercio global entre China y África se ha cuatriplicado en cinco años.
Occidente ve con preocupación este retorno de China a África. Muchos regímenes consideran más cómodas las relaciones con Pekín, a quien nada importan los derechos humanos o libertades. China perdió la lucha ideológica tras la descolonización. Ahora regresa a África dispuesta a ganar la de los mercados globalizados. Y en Occidente da casi tanto miedo como entonces.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 27 de junio de 2006