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COLUMNA

'In memoriam'

Hoy quiero recomendarles el libro del beirutí Samir Kassir De la desgracia de ser árabe, publicado en castellano por Editorial Almuzara. No se lo pierdan. Es imprescindible, como lo fue él: periodista de An Nahar, un intelectual árabe laico y universal, asesinado hace un año en Beirut, mediante el acreditado método del coche bomba. Todavía no sabemos quiénes fueron sus asesinos -aunque la consigna quiere adjudicarlo a Siria, tratada hoy como madrastra cuando tantas veces se la requirió por tantas partes-, pero leyendo el libro se comprende que pudo acabar con su vida cualquier partidario de cualquier tribu de las que pueblan su patria y las colindantes.

Leyendo este corto, intenso e inteligente volumen se comprende eso, que murió por ser cosmopolita y por tener una visión no maniquea tanto de lo árabe como de lo occidental. Samir Kassir odiaba el victimismo y, puedo asegurar a quienes le lean gracias a esta recomendación, poseía una visión tan refrescante y sagaz sobre el asunto que, de nuevo, hemos de llorar a alguien por su muerte, pero hemos de llorarle, sobre todo (como ocurrió con el fallecimiento de Edward W. Said), por la voz perdida.

Detestaba la cultura de la muerte y afirmaba, citando a Levi-Strauss, que la "civilización no es un grado y no se pueden plantear, desde ese punto de vista, jerarquías naturales; pero además, la humanidad es una desde el momento en que reposa sobre un fondo antropológico común". Decía que los islamocentristas o arabocentristas tenían que aceptar la idea de que "los valores democráticos se han convertido en un patrimonio común de la humanidad". Decía que no es necesario compartir la ideología islamista para sentir que el apoyo norteamericano "constante al extremismo israelí basta para justificar" la percepción por parte árabe de que "van contra nosotros". Y decía que las víctimas no deben "confundir el terrorismo con la resistencia por el hecho de que Occidente confunda la resistencia con el terrorismo".

Clamaba contra la impotencia de la diplomacia, tan patente en estos días, y contra nuestra complacencia hacia Israel, y contra el culto a la sangre. Era laico. Por eso le mataron. Necesitamos, hoy más que nunca, de gente como él.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 29 de junio de 2006