A los españoles nos convendría recordar de vez en cuando que no sólo existen profesiones cuyos horarios de trabajo obligan a dormir durante el día (la lista es amplísima), sino que también hay personas que por su situación necesitan aprovechar sus horas de descanso. ¿Hay que llevar a gala ser el segundo país más ruidoso del mundo? ¿Cómo se explica que muchas de las actividades de las que disfrutamos impliquen necesariamente niveles de ruido excesivos, siguiendo el lema "cuanto más ruidoso, más exitoso"?
En nuestro país se utiliza un doble rasero de medida con los ruidos: por un lado exigimos por ley que ciertos locales estén insonorizados (lo cual es de agradecer) so pena de multa, pero, por otro lado y sólo como ejemplo, toleramos fiestas populares en la calle que utilizan una música estridente como reclamo hasta horas intempestivas, aguantamos los efectos sonoros del botellón, soportamos el ruido del tráfico y el de los cláxones de conductores impacientes y maleducados, transigimos con las cansinas campanas de las iglesias que llaman a los fieles, sufrimos la explosión de petardos por cualquier pretexto (bodas, comuniones) o padecemos al singular ciudadano, que en aras de culturizar musicalmente a sus convecinos, pone su música a tantos decibelios que se oye en varias manzanas alrededor.
¡Ignoraba que ser español significara ser poco empático.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 8 de julio de 2006