Soy rumano. Vivo en España desde hace siete años y estoy casado con una asturiana desde hace tres. Tengo 36 años, soy economista y hablo cinco idiomas.
Ahora tengo un trabajo, no sólo adecuado a mi formación, sino que además me gusta. Pero para conseguirlo primero he recogido almendras, he fumigado naranjas, he lavado y cambiado ruedas a camiones, he repartido publicidad, he hecho reparaciones en una casa, he sido camarero y también repartidor.
Nunca me he dedicado a la trata de blancas, ni al asalto de chalés, ni al tráfico de coches de lujo. Tampoco he limpiado parabrisas, ni vendido pañuelos de papel en un semáforo, ni mucho menos he pedido limosna a la puerta de un súper.
Siempre que he podido he enviado dinero a mis padres a través de empresas especializadas como Western Union, Money Gram... Pero el pasado día 5 de julio, por circunstancias que no vienen al caso, hice una transferencia de 50 euros desde mi cuenta del Banco Herrero, ahora Sabadell, a una cuenta de mi padre, en Rumania, por la que me cobraron una comisión de 59,91 euros. ¡El 120% de lo que enviaba! Nunca hubiera imaginado que me encontraría con un verdadero "chupa sangre" en España, yo, que soy de Transilvania, como el mismísimo Drácula.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 16 de julio de 2006