No hay modo de que la justicia se libere de la maldición de quien dijo aquello de "Pleitos tengas, y los ganes". Los años pasan, también los lustros e incluso los siglos, pues del XIX viene el mal y la relación del ciudadano con la justicia resulta con frecuencia un calvario y casi siempre una experiencia penosa en tiempo y en dinero. Lo nuevo es que hoy día hay medios estadísticos para diagnosticar y cuantificar el mal. El veredicto de las consultas públicas establece que entre el 70% y el 80% de los ciudadanos piensan que la justicia es lenta y que pleitear es tan costoso que no compensa hacerlo. Ni siquiera los juicios rápidos, tan celebrados durante su implantación, han contribuido a mejorar la percepción ciudadana de los tribunales.
También es nuevo, y eso es un avance, que el Poder Judicial haya abierto una ventanilla para atender las quejas del justiciable. En 2005 se presentaron más de 11.000, un tercio de ellas por retraso dilatado en los expedientes y un quinto por mala atención, incluidas las faltas de respeto en un epígrafe de tan amplia interpretación. La ventanilla filtra, como es lógico, los defectos más comunes y ancestrales de la organización judicial.
Las quejas afectan sobre todo a aquellas instancias judiciales que más contacto directo tienen con el público, como los Registros Civiles. Nada más lógico. Lo importante de las quejas es que sirvan para mejorar la justicia. Pero hoy por hoy esa función terapéutica resulta algo dificil mientras los jueces tengan de ella un concepto de poder más que de servicio público. Así que lo más probable es que la próxima encuesta revele un malestar parecido entre los ciudadanos que tienen que hacer uso de ella.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 17 de julio de 2006