Hace varios días un pesquero español avista, en aguas mediterráneas, una patera a la deriva con 51 inmigrantes procedentes del continente africano. En un gesto humano, que no humanitario, el capitán ordena que sean rescatados y avisa a las autoridades. Tal gesto, impedir que estas personas mueran ahogadas, desata un conflicto internacional diplomático.
Uno puede imaginar la actividad de subsecretarios de Estado, directores generales, embajadores, agregados, ministros y hasta jefes de Estado. Llamadas telefónicas, informes, viajes, reuniones, comidas. Que si tú te quedas con siete y yo con cuatro, que por qué yo siete y tú cuatro, que si yo me quedo con los marroquíes y tú con los eritreos.
En fin, uno pensaría que tanto esfuerzo y dinero público gastados merecen la pena para que estas personas vean cumplidos sus sueños de una vida mejor o, en muchos casos, de una vida. Pues no. Una vez pisen tierra firme, se iniciarán los trámites para su repatriación. Sobran comentarios.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de julio de 2006