Soy un chico nacido en 1976 que se acerca a la frontera que separa la juventud de la madurez. Al igual que una inmensa mayoría de mis coetáneos, crecí creyendo que unos estudios universitarios me reportarían una calidad de vida superior a la que disfrutan mis padres. Sin embargo, después de años de sacrificios e innumerables horas de estudio, con una licenciatura, inglés, francés e incluso un máster en el extranjero, sólo soy un trabajador que, como otros muchos licenciados, se ha ganado el derecho a la lucha por la supervivencia en un entorno hostil que poco o nada se parece a aquel del que nos hablaron cuando éramos críos.
El panorama no puede ser más desolador. Empresarios sin escrúpulos, empleo precario, vivienda inaccesible, partidos políticos ineficaces y sindicatos serviles, han contribuido a generar una situación sin precedentes que tiene como protagonista principal a la juventud española. Poco acostumbrados a luchar, la indignación y la rabia iniciales han dado paso a la resignación y el conformismo, dos pecados capitales que deberíamos eliminar para evitar convertirnos en los nuevos parias del siglo XXI.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 23 de julio de 2006