La célebre playa fluvial de París, instalada cada verano junto al Sena desde 2002, es la suma de un impulso innovador y de una tradición ciudadana. El impulso obedece al deseo de muchos parisienses por disolver, con arena clara, el cerco psicológico impuesto a la ciudad por el asfalto de las frenéticas autovías paralelas al río. Como la ciudadanía parisiense invoca siempre sus derechos -o los inventa cuando surge algo que sugiera una impostura-, ha pugnado por lograr un ámbito playero junto al río de sus amores. Y lo ha conseguido.
A la utilidad en el combate contra la canícula añade el peso simbólico de una reivindicación cívica, que agrega a la que ha hecho de París la ciudad que más belleza parece acumular en sus calles, involucrados sus moradores en la defensa de su fuero estético.
En cuanto a la tradición, la playa tuvo precedentes en piscinas junto al Sena, de las cuales fue célebre la Molitor. En sus instalaciones fue presentado en sociedad el bañador de dos piezas, el revolucionario biquini; entre sus corcheras nadaron numerosas estrellas del cine galo y cosmopolita. Con el circo Medrano y el velódromo Veld'hiv, la Molitor fue símbolo del derecho al descanso y al ocio de los parisienses.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 29 de julio de 2006