Es inconcebible que en el panorama político tengan más trascendencia las palabras que usan unos contra otros que los muertos y los heridos. Frente a este horror, una parte de la población sigue considerando más relevante las declaraciones de los políticos que las masacres que se están llevando a cabo. El problema está, no en las actuaciones del Gobierno israelí, sino en su sensibilidad y su susceptibilidad a la hora de considerar una ofensa. Piden moderación en las palabras, y lo dice un Gobierno que persigue una muy bien calculada destrucción.
Imaginemos que a nuestro hijo se le ha ocurrido ir de vacaciones al Líbano y le ha alcanzado una bomba. ¿Cómo deberíamos denominarlo para que el señor embajador israelí no se sintiera ofendido? ¿Daño colateral, pérdida lamentable, error de cálculo?
Y ya que a las palabras las estamos despojando de su verdadero significado, describamos la realidad tal y como es: las personas que mueren bajo las bombas mueren quemadas, aplastadas o descuartizadas. Dejemos a un lado los cínicos discursos diplomáticos y pongamos un poco de horror en las palabras, no sea que acabemos sin saber de qué estamos hablando.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 30 de julio de 2006