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EL VIAJERO INCANSABLE

Las áreas de servicio generan comportamientos extraños

Me quedan 1.307 euros. El gasto en combustible y mi incapacidad para resistirme a los pinchos de Bilbao son algunas de las razones de que el presupuesto disminuya a marchas forzadas. Lo compenso con el método del amigo elevado a la enésima potencia, y abusar de los amigos, de los amigos de mis amigos... La crónica de hoy es una ruta por estaciones de servicio del norte de España. Tan parecidas todas que a uno le parece estar siempre en el mismo sitio.

Toda España está conectada por áreas de servicio. No importa donde estés o cuántos kilómetros hayas recorrido. Si viajas parando en cada una de ellas, siempre te da la sensación de que estás en el mismo lugar, en un agujero negro con forma de gusano formado por cafeterías con inmensos ventanales, neveras de refrescos y vitrinas con los regalos más absurdos que uno pueda imaginar. Y estos vasos comunicantes llevan al viajero a comportarse de forma rara. Es atravesar la puerta de una de estas ventas del siglo XXI y cualquier viajero siente la imperiosa necesidad de darle vueltas y más vueltas al estante de los CD y casetes. Algunos hits invariables en toda la ruta: Amor de compraventa, de los Chichos; Más alegría 2006, el recopilatorio de Alberto Cortez; y éxitos de Fórmula V y de Julio Iglesias. De todas formas, cada área de servicio añade su producto autóctono. En una de las que se encuentran en la Autovía del Cantábrico, el estante incluyen las cintas de un tipo con bigote llamado Víctor, que contiene entre otros temas Madre Asturiana, Ay Asturias, Oviedo y Mujer Gijonesa, y de un extraño dúo llamado Vuelva usted mañana, cuyas canciones más exitosas

se titulan La ventanilla, Manolín el Confiteru y Jubilaos de la Mar.

En cuanto el viajero ha terminado de darle vueltas al estante, se dirige hacia los regalos. Ahora se siente atraído por las navajas (toda área de servicio tiene su arsenal albaceteño), y los adornos que uno jamás pondría encima de la tele: una colección de campanillas con motivos animales, hieráticos arlequines de porcelana y brujitas de la suerte. Pero el viajero nunca compra nada y reserva todos sus cuartos para las estanterías de alimentación. Ahí es donde se desmadra acumulando víveres para el trayecto, que nunca podrá terminar. Compra helados, chocolatinas, frutos secos y toda clase de patatas envasadas en bote, siempre que sean "sabor dieta mediterránea".

Trabajar en uno de estos vasos comunicantes imprime carácter. O la ausencia de él. Sonia, la camarera de un área de servicio, es una suerte de Bartleby, el escribiente, ese personaje del relato de Melville, que contestaba siempre con la frase "Preferiría no hacerlo", a cada demanda de su jefe. Sonia pule con un trapo una copa de cristal con una desidia que exaspera a los viajeros, cabreados por la demora en la preparación de los bocatas. Uno pregunta: "¿Podría ponerme uno de lomo con queso?". "Podría", contesta Sonia con voz de megafonía. Puede que ella fuese una viajera que quedó atrapada en el agujero, destinada a pulir cristal con un trapo mientras lija los nervios de los clientes. Salgo de allí con esa idea en la cabeza y marcho hacia Comillas donde paso la noche en casa de unos amigos. Es un lugar de fantásticas playas y terrazas. Mis amigos me invitan además a un fabuloso pisto con huevos y filetes. Dan ganas de quedarse allí. Podría hacerlo y pasar de seguir viajando. Pues eso. Podría.

PARTICIPE. Mañana en Burgos. Si quiere darle pistas escriba a elviajeroincansable@elpais.es

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 3 de agosto de 2006