Cierra los ojos y atiende bien a lo que te voy a decir. ¡Bien! Piensa en verde, imagina que la tierra que pisas está tapizada por ese color y que presenta una infinidad de gamas: verde clarito, oscuro, brillante, apagado; ¿lo ves?, pues ahora prepárate porque ese verde no sólo está en el suelo debajo de nuestros pies descalzos, sino que cubre todo lo que alcanza nuestra vista, hasta el horizonte, mires para donde mires no puedes evitar ver ese precioso color. Si atiendes bien, serás capaz de escuchar entre todo este paisaje a los animalitos que habitan el "país verde": insectos, pájaros, pequeños roedores, liebres, zorros y jabalíes.
Pues ahora viene lo mejor; imagina que ese verde no sólo está en la superficie de la Tierra, imagina que, de repente, una infinidad de estructuras empiezan a emerger por todos los lados de este océano verde hacia el cielo; unas más grandes, otras más pequeñas, unas con espinas y otras con un tacto suave, unas con tallos gordos y otras delgaditos, unas llenas de hojas, de ramas, de flores, de frutos; y cada vez hay más gamas de verde, y las luces y las sombras bailan entre ellas al son de la música que la pequeña brisa que sopla se ocupa de hacer sonar entre todo lo verde, ¿la escuchas?
Así era Galicia cuando yo la conocí, antes de que un buen número de pirómanos mostraran su falta de cultura, civismo y sentido común al mundo entero; individuos que valoraban más sus propios intereses que la salud de nuestra tierra; que conseguían unos beneficios mucho mayores que las penas que recibían por tales atrocidades; individuos que se salieron con la suya mientras nosotros quedábamos sumidos en una profunda impotencia. Ahora sólo nos queda esto, pensar en verde.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 10 de agosto de 2006