El padre espiritual de la escuela de jesuitas donde estudié nos decía que si un condenado del infierno pudiese volver a este mundo y contarnos las penas que estaba padeciendo, sería tal el espanto que nos transmitiría, que nos resultaría imposible seguir pecando.
No creo que estuviese muy acertado en su apreciación, pues condenados a los infiernos de los campos de concentración nazis, soviéticos y otros regresaron para contarnos los horrores allí vividos, y no por ello la humanidad ha dejado de pecar en Vietnam, Camboya, Palestina, Chechenia, Ruanda, Yugoslavia...
Sea como fuere, y a pesar del pesimismo que inspira el ser humano, como el camino que desciende hacia el infierno tiene muchos escalones, y lo deseable es estar en el más alto posible, los pueblos deberían rememorar su historia -como ha hecho La 2 con los programas El laberinto español y La memoria recobrada-, por muy dura que ésta sea, para que sirva como vacuna contra futuros delirios asesinos.
También lo ha hecho Günter Grass. Ahora, a sus 78 años, el Nobel alemán ha confesado que perteneció a las Waffen-SS cuando era sólo un adolescente, con lo que ha levantado una gran polvareda en su país. Parece ser que en su nuevo libro, Pelando la cebolla, Grass se atreve a poner en letra impresa sus recuerdos de aquel desvarío, el cual le ha pesado como una losa durante toda su vida.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 15 de agosto de 2006