La polémica que ha despertado la aparición en biquini de Ségolène Royal, candidata socialista a la presidencia de la República francesa en 2007, me recuerda un poco a la de la novia modelo del príncipe de Asturias, que desfiló en ropa interior por una pasarela. Por cierto, hubiese sido una reina preciosa de España, pero aquí se pecó de moralismo y xenofobia. Este prejuicio de que las mujeres que se dedican o pueden dedicarse a una tarea pública y seria han de comportarse de una manera discreta y sobre todo no exhibir sus carnes viene de la educación religiosa, que considera el cuerpo mero continente del alma e instrumento de pecado.
Si el político o el famoso es hombre, goza de mucha más libertad para mostrarse en público sin tantas inhibiciones. Lo mismo que cuando se perdonaba al hombre adúltero y se condenaba a la mujer adúltera, norma que sigue vigente en países árabes, donde los ciudadanos siguen dominados por la religión. Si una persona tiene buen aspecto y disfruta de un cuerpo esbelto es síntoma de carácter exigente y firme. Así que menos cinismo y más libertad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 15 de agosto de 2006