El pasado lunes 14 de agosto, quien hubiera detenido su mirada en la página 4 de EL PAÍS hubiera debido escandalizarse. Quien, no obstante el verano y las ganas de enviar la mente de vacaciones a descansar, no hubiera pasado la página de este periódico sobre la guerra en Oriente Próximo, hubiera debido escandalizarse. Por lo menos un poco. Mitad de la página estaba ocupada por imágenes de la ejecución de un palestino, supuesto colaborador israelí. Se ve el polvo que los disparos han levantado del suelo. Disparos sobre el suelo, disparos sobre su cuerpo. Una mujer y un hombre, delante de otras personas, le pisan el cuello y la cara. ¿Estas fotos informan? ¿No hay suficiente brutalidad? ¿No hay ya suficiente horror? ¿Qué efecto se obtiene publicando estas imágenes tan cruentas?
Yo creo que tan sólo un efecto negativo. La gente se acostumbra, mira y se hace insensible. La gente crea barreras delante de estas imágenes, así, cuando pase algo por la calle, será igual de insensible, seguirá adelante, o peor, por una curiosidad morbosa se parará a observar la muerte sin mover un dedo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 18 de agosto de 2006