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NUESTROS CLÁSICOS

Miel de Ayora

En tiempos de Ramsés II, los adoradores de Dyeuty -Thot o Hermes para los griegos- afirmaban, después de tomar la miel que en sus fiestas obligaban, que: "la verdad es dulce", señal inequívoca de que la contemplaban llena de virtudes.

Lo mismo le sucedía a Federico García Lorca, que no observa sino belleza y elevación cuando se acercaba a la miel: "La miel es la palabra de Cristo, / el oro derretido de su amor. / El más allá del néctar, / la momia de la luz del paraíso". O bien: "La miel es la epopeya del amor, / la materialidad de lo infinito, /..."

Para comprobar estos asertos, no hay como dirigirse a las fuentes, a aquellos lugares donde la miel se nos apoderará de los labios, de la mirada y de nuestro paladar; no hay sino que acercarse al Macizo del Caroig y descubrir, en las pinturas neolíticas que allí se hallan, como uno de nuestros antepasados -hace más de doce mil años- colgado de unas lianas, sacaba de un agujero en la pared la miel allí concebida, y la guardaba en un cesto del que, a tal fin, iba provisto. Después de la gesta para recolectarla, debemos suponer que a su familia el producto le parecería, como mínimo, el oro derretido de su amor.

En esa época todos comían miel, humanos y humanoides, como golosina y como alimento, y así lo hicieron sus sucesores sin solución de continuidad. En estado natural, fermentada, como hyma -formando pastelillos de queso, vísceras, vinagre, cebollas y otros menudos ingredientes, que así gustaba a los griegos-, como hypotrides -con leche hervida- o mezclada con el vino. Y continuaron comiéndola los romanos, y nuestros conciudadanos en la Edad Media, como dulce condimento que se cocía en todos los platos, así que su natural nos pareciesen hoy obligatoriamente salados.

El néctar que de las flores liban las abejas, se convierte, por el milagro de sus bocas en la miel que nosotros degustamos, y la misma aparece perfumada naturalmente con el aroma de la flor que suministra la sustancia.

En Ayora es tradición que existan muchos romeros -plantas- y que a estas les nazcan flores cuando la estación y la reproducción así lo exigen, lo cual -conocido por la abeja- le obliga a una visita, de la que se lleva polen para los hermanos romeros y rica miel para nosotros, humanos comedores, enriquecida con los ricos efluvios de la flor.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de agosto de 2006