Las declaraciones de Máximo Cajal -este valiente diplomático a quien recordamos por los sucesos de Guatemala- sobre el programa nuclear de Irán son merecedoras de apoyo. Lo que dice lo piensan y dicen muchos españoles. Es más que obvio que Irán tiene pleno derecho a desarrollar su energía nuclear y es más que absurdo que se lo pretendan impedir quienes toleran y alimentan la fuerza atómica en otros países, alguno vecino de Irán. A Irán le va en ello no sólo su soberanía, sino hasta la misma defensa propia, leyendo lo ocurrido en Irak y el respeto conseguido por Corea del Norte. Cabe hoy preguntarse, a la vista de la destrucción masiva de Líbano y con la memoria aún viva de Hiroshima y Nagasaki, si debe darnos más miedo que Irán tenga la bomba atómica o que la tengan Israel y Estados Unidos. El problema auténtico es que, con desprecio de los tratados y organizaciones internacionales, el mundo ha regresado a la política de la disuasión atómica, y los que la manejan son a la vez juez y parte.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 27 de agosto de 2006