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CARTAS AL DIRECTOR

Un grito universal

En un mundo donde abundan las guerras, el hambre, la tortura, las prisas, el egoísmo y bastante desconcierto, debemos alegrarnos del regreso de El grito, de Munch. Este cuadro es mucho más que una obra de arte. Se trata de un símbolo visual, prácticamente único, de una corriente de pensamiento, de una filosofía, de una forma de percibir la vida. El grito es el propio grito del ser humano, y es necesario recuperarlo en un planeta incierto que se presenta habitualmente agónico.

El grito representa la angustia vital de toda persona que no encuentra sentido a este caos sujeto a un orden establecido. Expresa las voces disconformes con el sistema, y se presenta desesperado y solitario, fruto de la desolación transmitida como sociedad, y que encuentra refugio en la individualidad de las ideas y de las emociones. La insalubridad percibida en las relaciones interpersonales y sociales, dónde encontrar una verdadera amistad o una pareja con la que entenderse, en definitiva, un alma que comparta el agónico sinvivir de la realidad social, es cada vez más complicado, toma un protagonismo asombroso en los trazos de pintura que conforman ese grito que perturba los sentimientos de todo aquel que lo mira.

El grito, un grito universal, se queja amargamente del dolor del alma, y retrata a todos aquellos y aquellas a los que el ritmo del progreso nos supera, a los que el sentido de la vida, en muchas ocasiones, se nos transforma en un sinsentido, en un vacío pesimista hacia la sociedad del presente y del futuro que ni siquiera las ilusiones de las causas perdidas y los imposibles soñados del pasado pueden llenar.

Por eso, El grito, de Munch, es hoy, más que nunca, un poco más de todos, de cada uno de nosotros, e indudablemente a muchos nos ayuda a encontrarnos menos solos en esta lucha diaria porque el ser humano siga siendo humano.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 3 de septiembre de 2006