Los oídos de cualquier seguidor de la Vuelta revientan estos días, arden por las expresiones de amargura que se cruzan por el aire, dardos envenenados como palabras. No es sólo que Carlos Sastre no acabe de arreglar sus cuentas pendientes, no es sólo que sus oponentes no acaben de dominar el arte y la técnica de la invectiva, no es sólo que las miradas de algunos corredores echen fuego cuando se cruzan con otros, no es sólo que la cizaña plantada tras la Operación Puerto siga creciendo, que Manolo Saiz esté ausente de su Vuelta o que no se tengan noticias de Belda. Es también que algunos mánagers, aprovechándose del oscurantismo de la Unión Ciclista Internacional (UCI), hacen circular listas falsas de corredores implicados en la trama de dopaje madrileña para fastidiar sus expectativas, o que el único director de equipo que tiene la lista completa, la fetén, la certificada por la UCI, es Patrick Lefévère, presidente de la asociación de equipos y mánager del Quick Step, uno que cuenta con ventaja a la hora de fichar limpios para años venideros. Menos mal que, coincidiendo con el chaparrón que asaltó ayer a los ciclistas por el páramo de Masa, lunar, por fin agua en la Vuelta, algunas noticias entrañables del mundillo llegaron para empañar tan mal rollo.
Entre tanta enemistad manifiesta, algo de amistad verdadera. Algunos vocean la algo más que amistad surgida entre Lance Armstrong y Paris Hilton, hotelera de lujo, millonaria alocada; otros, siguiendo con el cowboy, anuncian su ruptura con su adorado George Bush y su próximo matrimonio laboral con nada menos que Bill Clinton, ex presidente demócrata de Estados Unidos, con quien iniciará en Nueva York un tour de conferencias conjuntas. Pero estas relaciones palidecen ante la que ayer se manifestó en televisión entre Iñigo Landaluze y Egoi Martínez, dos ciclistas que coincidieron en una fuga. Por fin, en este mundo de traición, la amistad triunfó sobre el odio. Viva.
"Sí, Iñigo y yo somos amigos", confesó Egoi Martínez, navarro de Etxarri Aranatz, para explicar por qué nunca dudó de que su ataque a 12 kilómetros de Burgos sobre sus dos compañeros de escapada llegaría triunfante hasta la meta. "Nunca dudé de que secaría a Gustov
[del CSC, el tercero en fuga] porque, entre otras cosas, era el más fuerte". En efecto, atacó Egoi, secó Landaluze y se secó Gustov en el intento, pero ello sólo no explica la victoria del discípulo de Johan Bruyneel, que abandonó el Euskaltel por el Discovery, en el que ha destacado en el Tour por su tesón y abnegación, para ganar más dinero y mejorar como ciclista. También tuvo mucho que ver su torpeza táctica. Marchaba en una fuga de 13, pero, como se desenvuelve mal con tanta gente, prefirió echarle narices, atacar en el Escudo, a 100 kilómetros de meta, y forzar él solito la selección.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 7 de septiembre de 2006