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Análisis:

Las gafas de Dios

La Bienal de Arquitectura de este año no trata de arquitecturas más o menos singulares sino de la Ciudad, dicho así, en mayúscula singular. Pero tampoco es verdad porque las ciudades de la globalización, o del siglo XXI, ya no tienen tratos con aquella idea geométrica de Platón porque las polis de antaño, después de transformarse en metrópolis en el siglo pasado, ahora mismo se pronuncian megápolis. Y la Ciudad de la que habla esta última Bienal de Venecia no se puede visualizar en maquetas arquitectónicas ni en geniales intervenciones de autor ni siquiera en las actuales cartografías urbanísticas.

Las megápolis de la globalización exigen el punto de vista de esos satélites que fotografían el globo. A ras de tierra y encima de día no hay manera de capturar las imágenes de esta enorme mutación urbanística de rango planetario que está experimentando la arcana idea de ciudad.

Aunque no lo diga su director, Richard Burdett, la Bienal de este año intenta plagiar en las exposiciones del Arsenal y los jardines de Venecia nada menos que el punto de vista de Dios. Así, como suena. Supongo que los teólogos no estarán muy de acuerdo, pero lo más parecido al punto de vista de Dios, por el momento, es el punto de vista del satélite y más concretamente de esas imágenes nocturnas del globo que emite el Apolo 16.

Y lo que estamos viendo desde las cámaras del satélite (vía Internet) son esos brillos noctámbulos que emiten las nuevas megápolis y que ya no coinciden con el perímetro de las viejas polis y metrópolis. Ahí están con toda nitidez las luces de esas nuevas ciudades globales que sólo Rem Koolhaas se atrevió a bautizar: Tokaido (la fusión entre Tokio y Kioto, con 60 millones de habitantes), Boswash (Boston y Washington: 40 millones); Eurocore (el meollo de Europa: 32 millones de megapolitanos) y Saorio (São Paulo-Río de Janeiro), Sansan (San Francisco-San Diego) y las demás megápolis detectadas por el Apolo 16 en el delta del Ganges, el delta del Río Azul, el triángulo Pekín-Trianjin-Tangs hasta llegar al pabellón italiano, protagonizado por esa neociudad llamada Vema y es la nueva y muy habitable ciudad formada de la fusión (o contaminación) entre Verona y Mántova. De esto trata esta nueva Bienal que exige las gafas de Dios y jubila las lentes de contacto de Platón.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 8 de septiembre de 2006